Son malos tiempos para hablar claro, la última década nos ha traído una oleada de puritanismo y corrección política que se empieza a expandir como una plaga creciente e irremediable. Parecería que las viejas batallas de activistas combatientes que se enfrentaban con la policía montada se han transmutado en grupos de gente ociosa que vive pendiente de que se hable y se diga lo que la corrección política dicta y no lo que uno piensa. La primera vez que leí “tod@s”, por ejemplo, pensé que se trataba de una errata, pero me di cuenta de inmediato que solo un imbécil se equivocaría de tal manera dado que la “o” y la @ se encuentran en las antípodas del teclado. Mas tarde se me explicó, como se le explica a un idiota que nada entiende, que la razón de la arrova en la palabra era un intento ingeniosón por expresar sintéticamente “todos y todas” y entonces me quedé muy sorprendido de que hubiera gente con el tiempo y la paciencia suficiente para tales mamadencias.
Los paranoicos del mundo (que son una turba) normalmente asumen que absolutamente todo lo que ocurre, se dice o se hace está diseñado para joderlos y entonces buscan signos de agravio con la misma obsesión que Colón a las Indias. Normalmente se empieza por el bulto y entonces se edulcoran los términos que supuestamente son las mayores ofensas en un ejercicio de cierto candor. El razonamiento es el siguiente: “Negro (a pesar de ser un bello color) es algo muy feo de decirle a una persona (no importa que sea negra) y es por ello que hay que buscar una palabra sin esta carga adjetiva”. Acto seguido alguien se devana los sesos y sugiere “afroamericano”, término que se extiende triunfante y se le aplica, por ejemplo, a un negro que nació en Holanda o en China y que nada tiene que ver con estos ajos. Lo mismo pasa ahora con las personas que sufren alguna enfermedad y que ahora se llaman “con capacidades diferentes”. Si bien el término es inapelable, también es cierto que es vago y confuso ya que no orienta en lo más mínimo acerca de lo que se quiere describir.
En esta avalancha los enanos se han convertido en gente pequeña y la cruz roja ahora ya no podrá ser cruz debido a las protestas de los no cristianos en el sentido de que simboliza el valor de una religión y no de todas. Asimismo los indios, a los que uno se imagina con penacho de pluma y un peto de huesos en el plexo solar han dejado de serlo para convertirse en “nativos americanos”, un término tan exacto que permite que en él quepan más de mil millones de personas, entres ellas usted y yo, querido lector…Ay que hueva.
Me imagino a los neólogos sentados en concilio alrededor de una mesa, muy serios y circunspectos y con una lista de palabras que deben ser modificadas para que nos entendamos mejor. Así por ejemplo alguien propone “albino” y todos acuerdan que es un término incorrecto y probablemente despectivo. Entonces el de mayor iniciativa propone “persona desmelanizada”, se vota y todos tan contentos. El caso más triste en este destino de corrección le corresponderá a Kal El, el legendario Superman, que próximamente será bautizado como Superperson, no sea que las feministas se nos vayan a molestar.
A quien lea en estás líneas alguna tentación machista le puedo informar que está equivocad@, es simplemente un llamado a la economía del lenguaje. Si todos nos ponemos a hablar como Fox vamos a tener que duplicar el tiempo invertido en las charlas, que ya es demasiado. Uno no puede ir por la vida diciendo “alumnas y alumnos” o “chiquillos y chiquillas” sin que se le desgaste la traquea. Para hacerla fácil sugiero que empecemos a hablar en femenino, así “ellas” albergará a hombres y mujeres, lo mismo que “bienvenidas”. Con esta simple modificación mataremos como quince pájaros de un tiro. Por un lado quienes alegan acerca del sexismo del lenguaje quedarán satisfechos, por otro, los neuróticos como yo que no entendemos estas imposturas de la vida moderna también lo haremos y entonces viviremos en feliz coincidencia todas y todos o lo que es lo mismo todo@s
miércoles, 20 de octubre de 2010
sábado, 16 de octubre de 2010
formas...
El problema con este país -según yo- es que todo mundo apuesta por el fondo y no por la forma, cuándo es precisamente ésta última la que prevalece en la toma de decisiones de los mexicanos. A la gente -usemos un ejemplo exótico- le gustaría mucho más ver la foto de un candidato disfrazado de mariposita, que analizar su propuesta económica (aunque bien mirado el asunto, debe ser una foto notable). Los publicistas lo saben bien; no importa que el producto que desean vender sea una porquería y saque hongos en la entrepierna después de todo: ¿quién lee las recomendaciones de uso? Lo que realmente rifa es si el producto en cuestión nos deja una apariencia de hombres decididos capaces de sellar un negociazo para luego subir al Concorde y meterse a la cama con una mujer despampanante que se derrite nomás de olerlo a uno... forma señoras y señores.
Es el signo de los tiempos; lo que no le debería importar a nadie es lo que realmente importa. Ahí tenemos fotos de princesas encueradas o llamadas que son interferidas en las que señores que le decían palabrotas al éter son presentadas en cadena nacional. Ahí está el Reforma, presentando una foro de Raúl Salinas sentado en un yate con cara de pasárselo a toda madre, probablemente porque tiene sentada encima en posición de decúbito dorsal a una señora que hoy es su mortal enemiga. Ahí están las Patis Chapoyes y las Shanikes derramando lo que intelectualmente pueden (que es equivalente, usemos términos informáticos, a los bits que caben en un transistor) y en competencia con un programa sobre análisis de la oferta electoral ¿quién tendrá más televidentes?
Y por ahí empieza la opereta, porque a mí me resulta elemental que si uno va a asistir a una cena con la crema y nata de la intelectualidad, tiene que machetearse a Proust y llevar preparado un discurso sobre lo que se piensa gastar en tubas para la sinfónica. Si el destinatario es el público estudiantil, entonces hay que saber cuantos aprueban, cuántos reprueban y quién se sienta en la fila de los burros. Sin embargo, en las próximas elecciones los que cortan el chicharrón y son mayoría se abanican en las tubas de la sinfónica y les vale un pito los índices de deserción ya que forman parte de ellos. Todo aquel que hable de la madurez política del pueblo mexicano simple y llanamente no sabe lo que está diciendo. Esa, mi querido lector, es la cruda realidad y lamento decirlo con esos aires de suficiencia, pero estoy seguro que en esta ciudad y en estos tiempos, la India María tiene más taquilla que un análisis de Lorenzo Meyer ( y esto lo digo con respeto para el maestro Meyer y también para la India María)
En consecuencia me parece que todo aquello que hagan los candidatos para llamar la atención tiene ése sentido; si se trepan a un caballo con riesgo de que les salgan juanetes en las nalgas nomás para que vean que son charros, si cargan niños que huelen a popó, si cantan boleros o declaran que quieren mucho a su mujer, todo ello deberá ser interpretado en el contexto del votante promedio para el que va dirigida la cabalgata (en algunos casos con saldos trágicos como el caso de Del Mazo que no supo meter un boleto en los torniquetes del Metro). Yo pregunto: ¿cuánto se ha discutido en los medios la propuesta específica de cada candidato? la respuesta es paupérrima, pero es también explicable: se trata de ganar no de convencer a la clase ilustrada, que por cierto está haciendo análisis medio mamonsones.Así las cosas no queda más que esperar que los candidatos bailen la zandunga, revitalicen su relación con el pueblo, coman sopa de cabellitos de elote sin que les ganen los ascos y se sigan dando hasta con la cubeta hurgando entre las tinieblas del pasado de sus adversarios.
No recuerdo quién, pero alguien que seguramente era muy listo dijo una vez: La política es el arte de lograr que la gente no se meta en lo que sí le importa... Desgraciadamente, tenía razón
Es el signo de los tiempos; lo que no le debería importar a nadie es lo que realmente importa. Ahí tenemos fotos de princesas encueradas o llamadas que son interferidas en las que señores que le decían palabrotas al éter son presentadas en cadena nacional. Ahí está el Reforma, presentando una foro de Raúl Salinas sentado en un yate con cara de pasárselo a toda madre, probablemente porque tiene sentada encima en posición de decúbito dorsal a una señora que hoy es su mortal enemiga. Ahí están las Patis Chapoyes y las Shanikes derramando lo que intelectualmente pueden (que es equivalente, usemos términos informáticos, a los bits que caben en un transistor) y en competencia con un programa sobre análisis de la oferta electoral ¿quién tendrá más televidentes?
Y por ahí empieza la opereta, porque a mí me resulta elemental que si uno va a asistir a una cena con la crema y nata de la intelectualidad, tiene que machetearse a Proust y llevar preparado un discurso sobre lo que se piensa gastar en tubas para la sinfónica. Si el destinatario es el público estudiantil, entonces hay que saber cuantos aprueban, cuántos reprueban y quién se sienta en la fila de los burros. Sin embargo, en las próximas elecciones los que cortan el chicharrón y son mayoría se abanican en las tubas de la sinfónica y les vale un pito los índices de deserción ya que forman parte de ellos. Todo aquel que hable de la madurez política del pueblo mexicano simple y llanamente no sabe lo que está diciendo. Esa, mi querido lector, es la cruda realidad y lamento decirlo con esos aires de suficiencia, pero estoy seguro que en esta ciudad y en estos tiempos, la India María tiene más taquilla que un análisis de Lorenzo Meyer ( y esto lo digo con respeto para el maestro Meyer y también para la India María)
En consecuencia me parece que todo aquello que hagan los candidatos para llamar la atención tiene ése sentido; si se trepan a un caballo con riesgo de que les salgan juanetes en las nalgas nomás para que vean que son charros, si cargan niños que huelen a popó, si cantan boleros o declaran que quieren mucho a su mujer, todo ello deberá ser interpretado en el contexto del votante promedio para el que va dirigida la cabalgata (en algunos casos con saldos trágicos como el caso de Del Mazo que no supo meter un boleto en los torniquetes del Metro). Yo pregunto: ¿cuánto se ha discutido en los medios la propuesta específica de cada candidato? la respuesta es paupérrima, pero es también explicable: se trata de ganar no de convencer a la clase ilustrada, que por cierto está haciendo análisis medio mamonsones.Así las cosas no queda más que esperar que los candidatos bailen la zandunga, revitalicen su relación con el pueblo, coman sopa de cabellitos de elote sin que les ganen los ascos y se sigan dando hasta con la cubeta hurgando entre las tinieblas del pasado de sus adversarios.
No recuerdo quién, pero alguien que seguramente era muy listo dijo una vez: La política es el arte de lograr que la gente no se meta en lo que sí le importa... Desgraciadamente, tenía razón
lunes, 11 de octubre de 2010
albur
Una de las famas ganadas con mayor justicia que tenemos los mexicanos es la de ser buenos para los albures, esta virtud, que se podría comparar con otros atributos como ser alegres, huevones o de plano llevados de la mala vida, son las que seguramente han contribuido a construir la identidad nacional. Si, por ejemplo, vamos algún día caminando por el aeropuerto Rajaputra de Nueva Delhi y exclamamos algo como “el saco me quedó chico” habrá que afinar el oído y otear el horizonte; escuchar algunas de las siguientes frases nos permitirá identificar a un compatriota perdido en su viaje por Asia: a) medallas y llaveros”; b) “échame de menos”; c) “a travieso, nadie me gana” y d) “¿cómo?”.
La vida no me ha dado la imaginación suficiente para especular acerca del origen del albur. No sé si los españoles tenían éstas pretensiones de andarse jodiendo con chupadas y mechas en la punta. Ignoro, también, si el asunto se originó gracias al ingenio e imaginación de algún príncipe chichimeca que no sabía que uso darle a la palabra camote. Algún sociólogo de ésos que les gusta investigar cosas como los hábitos sexuales de los policías del siglo XIX en la meseta de Oaxaca, quizá ha encontrado que el albur es un producto del mestizaje y que algún azteca receloso decía “sí amo” en nahuatl cuando en realidad estaba diciendo “me agarras”. El hecho es que hoy en día uno debe hablar con la cautela de un adúltero para evitar que los amigotes lo agarren de su güey.Todo este asunto viene a cuento porque el otro día soñé que una empleado de ventanilla en la Secretaría de Hacienda me masacraba a base de albures mientras yo le entregaba mi forma IS24567389”////.
El tipo me decía refieriéndose a los palitos del final de la forma que: yo no había agarrado la onda y que él me iba a dar otra forma. Desperté entre sudores fríos y me dirigí inmediatamente al psicoanalista. Al entrar en el consultorio no pude evitar advertir que la recepcionista tenía más bigote que yo y que usaba un sombrerito que le confería el aspecto de una jaula de guacamayas.
Cuando entré con el doctor y le expliqué mi problema me dijo: “mire amigo, lo que usted necesita es agarrar confianza en sí mismo. Siento que está muy rígido. así que ¿por qué no se sienta y me platica su problema?Me senté.El analista continuó: “su vida se vierte por un agujero, así que ponga atención y trate de recordar los momentos más cálidos de su vida. Seguramente usted de chico daba mucho de que hablar, se enfrascaba en constantes disputas y su madre no lo atendió como era debido. Para superar su problema es menester que descanse ¿Estamos?”“Estamos” respondí.“Bien, le voy a sugerir que acuda con el Dr. Martín Cholano y le cuente lo que a mí me ha contado, seguramente el le ofrecerá el consuelo que su alma necesita.”Desperté por segunda vez y me juré no volver a cenar quesadillas de pápaloquelite. El asunto me ha funcionado pero sin embargo, sigo con inquietudes y es por eso, querido lector que me acojo a su comprensión para que cuando lea estas líneas comprenda que las escribe un hombre desesperado que probablemente se cosa la boca para evitar ir por la vida sufriendo el ingenio ajeno.
La vida no me ha dado la imaginación suficiente para especular acerca del origen del albur. No sé si los españoles tenían éstas pretensiones de andarse jodiendo con chupadas y mechas en la punta. Ignoro, también, si el asunto se originó gracias al ingenio e imaginación de algún príncipe chichimeca que no sabía que uso darle a la palabra camote. Algún sociólogo de ésos que les gusta investigar cosas como los hábitos sexuales de los policías del siglo XIX en la meseta de Oaxaca, quizá ha encontrado que el albur es un producto del mestizaje y que algún azteca receloso decía “sí amo” en nahuatl cuando en realidad estaba diciendo “me agarras”. El hecho es que hoy en día uno debe hablar con la cautela de un adúltero para evitar que los amigotes lo agarren de su güey.Todo este asunto viene a cuento porque el otro día soñé que una empleado de ventanilla en la Secretaría de Hacienda me masacraba a base de albures mientras yo le entregaba mi forma IS24567389”////.
El tipo me decía refieriéndose a los palitos del final de la forma que: yo no había agarrado la onda y que él me iba a dar otra forma. Desperté entre sudores fríos y me dirigí inmediatamente al psicoanalista. Al entrar en el consultorio no pude evitar advertir que la recepcionista tenía más bigote que yo y que usaba un sombrerito que le confería el aspecto de una jaula de guacamayas.
Cuando entré con el doctor y le expliqué mi problema me dijo: “mire amigo, lo que usted necesita es agarrar confianza en sí mismo. Siento que está muy rígido. así que ¿por qué no se sienta y me platica su problema?Me senté.El analista continuó: “su vida se vierte por un agujero, así que ponga atención y trate de recordar los momentos más cálidos de su vida. Seguramente usted de chico daba mucho de que hablar, se enfrascaba en constantes disputas y su madre no lo atendió como era debido. Para superar su problema es menester que descanse ¿Estamos?”“Estamos” respondí.“Bien, le voy a sugerir que acuda con el Dr. Martín Cholano y le cuente lo que a mí me ha contado, seguramente el le ofrecerá el consuelo que su alma necesita.”Desperté por segunda vez y me juré no volver a cenar quesadillas de pápaloquelite. El asunto me ha funcionado pero sin embargo, sigo con inquietudes y es por eso, querido lector que me acojo a su comprensión para que cuando lea estas líneas comprenda que las escribe un hombre desesperado que probablemente se cosa la boca para evitar ir por la vida sufriendo el ingenio ajeno.
el grito
Entre el momento que el cura Hidalgo tomó una decisión y salió a matar gachupines y el día de hoy ha pasado mucho tiempo. Sin embargo su gesta se recuerda año con año a través de un ritual profundamente barroco siguiendo la tan mexicana maña de festejar lo que sea (hace unos días los cadetes del Colegio Militar recrearon la batalla del 13 de septiembre y no me imagino cómo le hicieron para salir derrotados, ni cuáles cadetes representaban a los gringos).“¿Qué si no vas a ir al Grito?” Me preguntaron. Sonreí cortésmente y entonces, como en una avalancha, llegó a mí una cascada de recuerdos (nótese que sigo poético, que chingao) que me dejaron con una sensación de amargura que aún conservo.
El último Grito de Independencia al que asistí tuvo verificativo la noche de un 15 de septiembre de hace siete años; en la expedición iba mi mi amiga Dana, su novio –un hombre de tres metros- y un servidor enfundado en una camiseta de color verde como la esperanza. Todo inició muy mal: el lugar más cercano al zócalo de Coyoacán se hallaba a una distancia equivalente a la que existe entre Lindavista y la central de abastos, por lo que fue necesario emprender una caminata que me hizo envejecer veinte años. Por las calles nos rodeó una nube de compatriotas vestidos como sólo se vestiría alguien que tiene ausencia cerebral; unos llevaban su sombrerote de tres metros y un jorongo con leyendas alusivas como: “viva México cabrones” o “tu mamá me ama”. Cuando llegamos a la plaza y vi a la gente me acordé de una película en la que sale John Wayne con los ojos de alcancía y dirigiendo a una nube de mongoles (entre los que se contaba Pedro Armendáriz, también con ojos de alcancía). Sin embargo, el vértigo producido ante la cantidad de compatriotas no fue una advertencia suficiente y nos metimos a la bola a lo puro güey.
Fue horrible...Como no había referentes cardinales precisos uno iba caminando por medio de fuerzas de carácter newtoniano hasta que se daba en la cabeza con un puesto de algo que aparecía de la nada. Se vendían unos bigotes que olían a pápaloquelite, elotes, buñuelos y hot cakes en los que con dos gotitas de masa salían las chichis de alguna encuerada. En dos ocasiones fue menester que pateara a un infante que había decidido morderme las nalgas. Luego vinieron los cohetes, que iban a explotar en cuatro segundos porque alrededor de la zona donde caían se abría un claro lleno de gente pendeja que se reía de que le tronaran entre las patas. Si daba la casualidad que uno fuera el centro del claro el asunto estaba concluido. A las once salió una figurita miriñáquica que me dijeron era el Delegado, dio el Grito y se metió a cenar. El resto de la gente inició en ese momento una batalla memorable a través de armas contundentes. Como no había piedras se decidió que los elotes eran adecuados para tal fin. En el momento que yo me empezaba a preocupar el destino me dio la razón y se manifestó en forma de un elotazo en la nuca que me borró para siempre el nombre de mis abuelos. Todavía hoy me pregunto como es que no le apuntaron al noviode mi amiga que, como ya expliqué, era un blanco más conspicuo.Eso fue todo: decidí que lo mejor era huir a toda prisa, el pedo es que como en cualquier campaña de guerra el movimiento era envolvente por lo que para caminar en dirección contraria tuve que sortear un cohete, recargarme en el seno de una señora embarazada y besar a uno de bigote. El rumbo hacia el coche fue igual de pausado que la salida de los franceses de Rusia. Al llegar al auto y tratar de ver los estragos de la noche en mi cara lo único que vi fue el hoyo dónde estaba el espejo que se habían robado.Terminamos en casa de diana jugando dominó, ellos riéndose y yo con un humor de los mil diablos.Por eso cuándo me preguntan sonrío cortésmente sin que nadie sepa que por dentro estoy mentando madres.
El último Grito de Independencia al que asistí tuvo verificativo la noche de un 15 de septiembre de hace siete años; en la expedición iba mi mi amiga Dana, su novio –un hombre de tres metros- y un servidor enfundado en una camiseta de color verde como la esperanza. Todo inició muy mal: el lugar más cercano al zócalo de Coyoacán se hallaba a una distancia equivalente a la que existe entre Lindavista y la central de abastos, por lo que fue necesario emprender una caminata que me hizo envejecer veinte años. Por las calles nos rodeó una nube de compatriotas vestidos como sólo se vestiría alguien que tiene ausencia cerebral; unos llevaban su sombrerote de tres metros y un jorongo con leyendas alusivas como: “viva México cabrones” o “tu mamá me ama”. Cuando llegamos a la plaza y vi a la gente me acordé de una película en la que sale John Wayne con los ojos de alcancía y dirigiendo a una nube de mongoles (entre los que se contaba Pedro Armendáriz, también con ojos de alcancía). Sin embargo, el vértigo producido ante la cantidad de compatriotas no fue una advertencia suficiente y nos metimos a la bola a lo puro güey.
Fue horrible...Como no había referentes cardinales precisos uno iba caminando por medio de fuerzas de carácter newtoniano hasta que se daba en la cabeza con un puesto de algo que aparecía de la nada. Se vendían unos bigotes que olían a pápaloquelite, elotes, buñuelos y hot cakes en los que con dos gotitas de masa salían las chichis de alguna encuerada. En dos ocasiones fue menester que pateara a un infante que había decidido morderme las nalgas. Luego vinieron los cohetes, que iban a explotar en cuatro segundos porque alrededor de la zona donde caían se abría un claro lleno de gente pendeja que se reía de que le tronaran entre las patas. Si daba la casualidad que uno fuera el centro del claro el asunto estaba concluido. A las once salió una figurita miriñáquica que me dijeron era el Delegado, dio el Grito y se metió a cenar. El resto de la gente inició en ese momento una batalla memorable a través de armas contundentes. Como no había piedras se decidió que los elotes eran adecuados para tal fin. En el momento que yo me empezaba a preocupar el destino me dio la razón y se manifestó en forma de un elotazo en la nuca que me borró para siempre el nombre de mis abuelos. Todavía hoy me pregunto como es que no le apuntaron al noviode mi amiga que, como ya expliqué, era un blanco más conspicuo.Eso fue todo: decidí que lo mejor era huir a toda prisa, el pedo es que como en cualquier campaña de guerra el movimiento era envolvente por lo que para caminar en dirección contraria tuve que sortear un cohete, recargarme en el seno de una señora embarazada y besar a uno de bigote. El rumbo hacia el coche fue igual de pausado que la salida de los franceses de Rusia. Al llegar al auto y tratar de ver los estragos de la noche en mi cara lo único que vi fue el hoyo dónde estaba el espejo que se habían robado.Terminamos en casa de diana jugando dominó, ellos riéndose y yo con un humor de los mil diablos.Por eso cuándo me preguntan sonrío cortésmente sin que nadie sepa que por dentro estoy mentando madres.
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