La primera (y desde luego, la última) vez que asistí a una manifestación,
estaba yo en la facultad y mi nivel de confusión cerebral era tal que
no tengo la menor idea de lo que se manifestaba, ni qué carajo hacía yo
ahí. Éramos un grupo lamentable caminando por las calles de la gran
ciudad con cartulinas decoradas con plumón y gritando cosas como
“¡Fulanito de tal…amigo, el pueblo está contigo!” o “¡No pasarán!” (lo
anterior en función al motivo de la manifestación que podría haber sido
la liberación de un señor o el alto a las cuotas, pero como ya expliqué,
no lo recuerdo).
Los que vivimos en esta muy noble y leal ciudad de México somos seres
curtidos en el arte de enfrentar las manifestaciones como los antiguos
enfrentaban las siete plagas bíblicas.
Va uno muy tranquilo sobre eje
central cuando de pronto se aparece una turba comandada por algún
luchador social que se interpone entre el auto y su destino mientras
empieza a arengar a los manifestantes que normalmente son gente que no
tiene la menor idea de lo que hace ahí pero sí la conciencia de que le
conviene asistir so pena de perder una lana, una torta o el crédito de
una casa. Tengo la impresión de que los motivos de los marchantes han
perdido vigor ya que bastan veinte señores y señoras que están muy
molestos porque se instalará una gasolinera o porque en su escuela la
directora es una arpía para bloquear la lateral de periférico y exigir
una solución. El libro de procedimientos gubernamentales es previsible
como un meteorito y consiste en pedirle a los quejosos que formen una
comisión que dialogará con la autoridad para “analizar el caso”, lo que
sigue es una muestra de capote por parte del funcionario
correspondiente, una nube de gente insolándose, policías observando el
evento con cara de nada y cientos de automovilistas mentando madres.<
Las reacciones también son predecibles y de una hueva infinita. Los
legisladores dicen que “hay que regular las marchas” y no regulan
(seamos castizos) una chingada, los líderes de opinión edulcorados
argumentan que “las manifestaciones no deben violar los derechos de
terceros” y los resguardatarios de derechos humanos exclaman que “hay
que respetar el derecho a la libre manifestación”. El resultado es tan
productivo como un encuentro intelectual con Capulina y las
manifestaciones se multiplican como los panes, día con día.
Dentro de la tipologías de manifestantes se encuentran varias
categorías. Los hay efectistas que arrastran reses hasta una secretaría
de Estado para luego sacrificarlas, otros bloquean carreteras, algunos
portan machetes y unos más tiene una capacidad logística digna de los
boy scout que les permite en diez minutos llegar al zócalo instalar un
camping, poner anafres, orinarse en los arriates y pernoctar durante
semanas volviéndose parte del paisaje urbano, lo mismo que un pirul.
Sin embargo los que me parecen insuperables son los señores y señoras de
los cuatrocientos pueblos que comparten costumbres con Wanda Seux, esto
es, encuerarse porque pasó la mosca. El espectáculo es notable, porque
notable debe ser que uno vaya caminado por avenida de la Reforma a
cambiar un cheque cuando al doblar la esquina y de la nada le salga un
señor desnudo que quiere la justicia social.
Hace poco el doctor Mondragón y Kalb dijo lo que pensaba y que se
resume en la siguiente frase “si de mí dependiera los sacaba a patadas”.
De inmediato se produjo la mexicanísima reacción en cadena. “Que se
disculpe” dijeron los políticamente correctos “tiene razón” pensaron los
políticamente incorrectos y lo que vino después fue el papelón ese de
salir al paso y decir cosas como “se me interpretó mal”, que es
francamente una salida muy poco digna. El caso es que en esta ciudad
vivimos las manifestaciones como un rasgo cotidiano y distintivo. Como
no le veo remedio sugiero que nuestras autoridades de turismo,
incorporen en sus planitos y rutas el tema de los marchantes explicando
que esa gente encuerada, o la que trae machetes, o la que le mienta la
madre a las injusticias de la vida, es parte de nuestros usos y
costumbres y en consecuencia patrimonio capitalino. De esta manera creo
que evitaremos frustraciones ¿o no?
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1 comentario:
En este caso las manifestaciones en la ciudad son como nuestras mareas, a falta de costas, la gente se deja venir cual tsunami cuando la Luna está lo suficientemente cerca de la Tierra
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